Muchos días, y sobre todo a primeros de año cuando nuestros clientes empiezan a reasignar las rutas de transporte, hacer concursos de compra, tender, e-tender, ect… intento reflexionar sobre el por qué en el transporte no sabemos decir “no” a realizar servicios a un precio inferior a los costes reales del mismo, pese a que muchos autónomos y empresas se encuentran desde hace varios años en una espiral de pérdidas y deudas.

Para ello me hago bastantes preguntas como: ¿los transportistas no sabemos calcular los costes que implica la prestación del servicio en las condiciones requeridas por el cliente?, ¿somos todos tan eficientes en todas las rutas que podemos poner los precios por los suelos?, ¿hay operadores tan grandes en España que tienen servicios de todas las plazas para todas las plazas para aprovechar sinergias?, ¿por qué seguimos cobrando los mismos precios que cuando yo era pequeño?.

Para las tres primeras preguntas tengo respuestas prácticas todos los días, no, no y no, pero la cuarta no consigo encajarla, sigo sin comprender ciertas cosas que cada día me sorprenden y que siguen sin cambiar con el paso de los años.

Me explico, cuando yo era un niño mi padre trabajaba para las empresas de su pueblo, varias fábricas de calzado, el almacén de cervezas, en verano los viajes de paja y alfalfa y para el que más viajes hacía el almacén de materiales de construcción, estamos hablando de los primeros años 90.

Por aquel entonces, mi padre, junto a mi madre empezaron a tener que ir todos los fines de semana a un curso que impartía la asociación de transportistas en la capital para poder continuar la actividad que llevaban haciendo desde los 70.

Con los años me enteré de que aquel curso era la capacitación profesional para ejercer la actividad de transporte de mercancías y un poco de lo que en el examen se pedía.

Cuando tuve que estudiarlo, comprendí todo lo que mis padres tuvieron que aprender, aprenderlo yo mismo, quitarme costumbres arraigadas y falsos conocimientos. En dicha capacitación se requiere tener conocimientos de contabilidad, mecánica, seguros, el contrato de transporte, legislación (tiempos de conducción, normativas, laboral etc…) para poder acceder a la profesión de transportista (hoy en día ya operador de transporte).

Durante años he escuchado que era un examen muy difícil, que había gente que había repetido el examen durante 8 y 10 convocatorias (los menos). Sí que es verdad que el contenido era muy amplio pero también necesario. Entre todo el contenido estaba el apartado de contabilidad, el cual se centraba mucho en enseñar contabilidad tradicional y de oficina a personas que querían desempeñar una profesión, lo que era un apunte, debe y haber, el plan general contable…

Está constatado que ese remiendo que fue la capacitación de transporte en su día no cubría una de las necesidades (otras sí como conocer la normativa, puesto que mejoró mucho la aplicación de los tiempos de conducción y descanso, los excesos de peso ect…) que era enseñar a calcular los costes y el beneficio esperado de esta actividad comercial, y se seguía utilizando la regla general del coste del combustible multiplicado por 3 que tenía su lógica puesto que un estándar muy extendido ha sido que el coste de combustible representaba el 30% de los gastos de un vehículo de transporte de mercancías.

En los últimos años se podría haber utilizado la herramienta que creó el ministerio de fomento y que funciona en mi modesta opinión muy bien (Acotram) pero nada de eso se ha hecho y a día de hoy la locura colectiva sigue haciendo tirar los precios hasta límites insospechados y en los que nadie, ninguna empresa, por muy global que sea es capaz de obtener beneficio realizando ese servicio con su propio vehículo al nivel de costes actual, basta poner los valores actuales de los costes más importantes de la explotación, combustible y mano de obra, en Acotram para darse cuenta.

Así que después de más de 20 años, sigue vigente el precio por que el que mi padre transportaba yeso de San Martín de la Vega a su pueblo, 1535 pesetas la tonelada, eso sí, con unos costes infinitamente menores a los de hoy en día, sobre todo en combustible y mano de obra.